jueves, 28 de enero de 2010

Reflexiones sobre multiculturalismo liberal

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Es difícil encontrar en los diarios de Barcelona o entre los analistas de nuestra Ciudad Condal un artículo que se salga de los habituales parámetros simplistas y que vaya más allá. Sin embargo, afortunadamente alguno sí se publica, como el del profesor Ferrán Requejo, en La Vanguardia del 27 de enero de 2.010 sobre el multiculturalismo liberal, aunque me temo que es para ir dando cobertura ideológica al grupo de "los buenos":

Multiculturalismo liberal
Ferran Requejo - 27/01/2010

En los últimos veinte años, se han producido cambios importantes en la regulación de los derechos y de la acomodación institucional de distintos grupos étnicos y religiosos en las democracias liberales. Ello ha conllevado cambios tanto en la teoría democrática, como en la práctica institucional. Un ejemplo son las declaraciones de derechos aprobadas en los últimos años por la ONU, el Consejo de Europa, la Unesco o la Organización de Estados Americanos. Veamos el caso de las poblaciones inmigradas. En términos generales, podemos constatar la existencia de dos posiciones en torno a la relación entre multiculturalismo y democracia liberal. Ambas se reclaman como las auténticamente liberales y democráticas:
  1. Ciertos políticos y analistas contraponen el multiculturalismo a los derechos humanos. Se defiende que los derechos son sólo individuales - los derechos de grupo se acostumbran a ver aquí como una amenaza a los derechos humanos-.Se trata de una posición que reivindica el universalismo de las conquistas legales asociadas a las revoluciones inglesa, americana y francesa, contraponiéndolas a un inevitable relativismo de las posiciones favorables a la multiculturalidad. Es una posición ilustrada que entiende que los estados democráticos son la salvaguarda de los derechos individuales y de los valores universales basados en la dignidad humana. La democracia se asocia a conceptos legitimadores, como la igualdad de ciudadanía y la soberanía popular, entendidos generalmente en términos uniformes y homogéneos.

  2. Los defensores del multiculturalismo liberal, por el contrario, lo entienden como una ampliación de los derechos humanos y de las conquistas de las revoluciones liberales clásicas. La idea subyacente es que el lenguaje de los derechos individuales, y el universalismo y estatalismo del liberalismo tradicional esconde una serie de sesgos favorables a los particularismos étnicos, religiosos, etcétera, de las mayorías en las democracias actuales. En nombre de la igualdad de la ciudadanía se trata de manera desigual, o sea peor, a las minorías culturales de las democracias. El respeto a las identidades culturales forma parte de la dignidad individual. La ampliación de derechos hacia los grupos minoritarios – étnicos, religiosos, etcétera- se entiende que debe establecerse no en términos absolutos, sino dentro de los limites de la tradición liberal, como el resto de los derechos.
¿Quién lleva más razón, o más razones en ese debate? A pesar de la existencia de versiones no liberales del multiculturalismo (tradicionalistas religiosos, conservadores), y de casos empíricos sobre el uso del multiculturalismo como coartada para la perpetuación de determinadas desigualdades –de genero, por ejemplo- , en términos generales es la segunda posición la que apunta en la dirección correcta. De hecho, esta es la posición liberal defendida por la ONU y otras organizaciones internacionales cuando esgrimen que lo cultural debe respetarse, pero que a la vez nadie debe invocar lo la diversidad cultural para conculcar derechos humanos ( Human development report 2.004 ).

Los derechos humanos son a la vez una fuente de progreso moral y una restricción de las practicas políticas de los gobiernos y de los ciudadanos. Lo que el multiculturalismo liberal añade al liberalismo tradicional es una vocación de respetar el valor de la igualdad más allá de la retórica sesgadamente individualista y universalista del liberalismo primigenio. Estamos, así, ante una nueva ola de derechos, tras las asociadas a los derechos liberales, democráticos y sociales. Las dos últimas tuvieron que ser arrancadas al liberalismo de los siglos XIX Y XX, tras procesos no sierre pacíficos –piénsese, por ejemplo, en las luchas por el sufragio universal y el derecho de asociación, que hoy parecen derechos evidentes pero cuya constitucioacificosnalización costó vidas y violentos enfrentamientos sociales; o en los procesos de descolonización de la segunda posguerra; o en el movimiento de los derechos civiles en EE.UU. en los años sesenta del siglo XX.

La diversidad cultural está para quedarse. Y parece claro que las democracias han privilegiado históricamente a unos grupos concretos de población sobre otros grupos a quienes se les exigía asimilarse a la mayoría. Ello exige a gritos refinar las ideas heredadas – como el significado del valor de la igualdad-, cuya interpretación clásica se ubicaba en sociedades mucho más simples y homogéneas que las actuales. También exige profundizar en as prácticas democráticas y en unos derechos que siempre presentan dimensiones individuales y colectivas. Cuando se produce un choque entre distintos tipos de derechos, las democracias liberales ya proveen de mecanismos para su resolución, ( tribunales, procesos consocionales…), de modo parecido a cuando se producen colisiones entre derechos individuales. El multiculturalismo liberal tiene la ventaja de contribuir a cambiar las prácticas liberales, de las mayorías y las minorías. Los limites están en los derechos humanos y en la aceptación de la democracia. Todo esto está lejos del relativismo. Más bien representa una nueva fase ilustrada hacia cotas más altas de civilidad y de progreso político y moral. Contraponer de manera abstracta derechos humanos y multiculturalismo es un error conceptual e histórico, además de un obstáculo para la mejora ética de las democracias de raíz liberal.

F. REQUEJO, catedrático Ciencia Política (UPF), coautor de ´Desigualtats en democràcia´ (Eumo 2009)

Mis comentarios:

Dicho artículo, y a su hilo, me ha hecho reflexionar sobre los fundamentos liberales de nuestro sistema político, sobre mi posición personal, y la de mi partido CIUTADANS-PARTIDO DE LA CIUADANÍA frente a las preguntas que formula, las conclusiones que extrae y su extrapolación a la realidad de Cataluña y España.

El profesor Requejo viene a contraponer, no tanto, aunque también, como dos polos contrapuestos sino como dos hitos, uno superador del anterior, lo que llama el liberalismo clásico y el multiculturalismo liberal. Es sabido que Ciudadanos se reconoce en su ideario como un partido que bebe en las fuentes del Liberalismo progresista (por diferenciarse de los conservadores) y del socialismo democrático, siendo dichas tradiciones los pilares básicos del mismo. Efectivamente, ambas tradiciones políticas establecen y fundan, sobre la base de los derechos fundamentales y las libertades individuales, las modernas democracias liberales y básicamente occidentales, pero ya universales.

Del articulo del Profesor Requejo me interesa resaltar lo que a priori no me parece acertado ni adecuado, y es que el multiculturalismo, la diversidad cultural, conlleve “per se” un progreso moral ni avance en el concepto esencial de la igualdad de los ciudadanos. Es cierto que todos los derechos tienen un aspecto individual y otro colectivo, pero me cuesta reconocer la existencia de derecho colectivo o de un pueblo como derecho subjetivo, sin perjuicio de que lo sea el derecho de cada uno, de pertenencia o integración en un grupo. No acabo tampoco de comprender que se diga que el multiculturalismo viene a incidir en las prácticas liberales, de las mayorías y las minorías. La democracia consiste, en parte, en el gobierno de la mayoría, y si en algo se caracteriza como superior moralmente la democracia liberal es precisamente en el profundo respeto hacia las minorías. Se dice que el límite está en los derechos humanos, cierto, pero ello sin hacer trampa, pues previamente se pretende cambiar el concepto de éstos y hemos incluido en el catalogo de derechos, los derechos culturales y los de los pueblos. ¡Pues no!, salvo que se me convenza, no estoy de acuerdo, y una cosa es que lo cultural deba respetarse y, añado yo, que sea objeto de consideración e incluso especial protección, y otra que se eleve a derecho fundamental, por la vía indirecta de la máxima protección de la dignidad del ser humano y el derecho a la diferencia cultural, - étnica, religiosa, etcétera- y se convierta en la perfecta excusa, precisamente para mantener las desigualdades o incluso los privilegios, de castas o grupos.

Ninguna diferencia cultural puede justificar esencialmente ninguna desigualdad entre las personas y mucho menos justificar los supuestos derechos colectivos de los pueblos, que por razones identitarias- y supuestamente por su “dignidad”, lo que se pretende es finalmente establecer claramente la diferencia- desigualdad- de derechos entre los diversos individuos.

Debo ser muy suspicaz, y creo que el Profesor Requejo lo que pretende en su articulo es analizar el mundo complejo y global en que nos movemos, y el que en una sola comunidad convivimos individuos de muy distintos orígenes y tradiciones culturales, de procedencia de cualquier parte del planeta, y en el que la democracia deberá dar respuesta para que todos los individuos que forman la comunidad política gocen de los derechos de ciudadanía en condiciones de igualdad.

Que ello se haga con el máximo respeto a la cultura de los grupos minoritarios, ¡por supuesto!, eso quien mejor lo garantiza son nuestras democracias liberales. Desde luego, no lo garantizan en absoluto lo que viene en llamar las versiones no liberales del multiculturalismo, que además a mi juicio lleva al fracaso la llamada “alianza de civilizaciones”, pues es una condición "sine qua non", precisamente el respeto a los derechos humanos. Pero más allá, lo que he creído vislumbrar en la ambiciosa construcción del multiculturalismo liberal expuesta, es la justificación, aunque pudiera parecer muy burdo de mi parte, de las políticas nacionalistas que se apoyan única y exclusivamente en los supuestos derechos de identidad de un pueblo, que así se incluirían como uno más de los derechos fundamentales a defender, proteger y sacralizar constitucionalmente, y claro, ahí no puedo estar más en desacuerdo.

Creo que nada hay más contradictorio con los fundamentos de la democracia liberal, que el nacionalismo político, se llame este como se llame, y si ello es lo que se persigue, desde luego para mí no representa el loable objetivo de alcanzar las más altas cotas de civilidad y de progreso político y moral, sino todo lo contrario, un paso atrás, al Siglo XIX, del romanticismo y previo a los grandes totalitarismos del Siglo XX. Pues bajo pretexto de respetar las culturas y especificidades de los pueblos en un mundo global, se estaría ahondado nuevamente en las diferencias de derechos, y en definitiva en la desigualdad y los privilegios para unos pocos, como dice el profesor Requejo pero a la inversa. En nombre de la igualdad de la ciudadanía se trataría de manera desigual, en este caso mejor, o sea con privilegios, a las minorías culturales por el hecho de determinarse su identidad diferenciada. Para mí, ello supondría un error histórico, si acaso, en el afianzamiento de la cultura política de las naciones y los pueblos frente al de la Ciudadanía (ius civitatis), que más tarde que temprano será nuestra realidad, eso espero, por el fenómeno imparable de las migraciones en todas las direcciones y en todo el mundo, que provocará, a mi juicio, más que el multiculturalismo liberal (o no), la verdadera riqueza de la humanidad, el mestizaje cultural global.

Es ahí donde espero que la mejora ética de los sistemas políticos en el mundo sea una realidad y no en las pequeñas nacioncitas o “reservas indígenas” de especial protección, y mucho menos si para su protección y salvaguarda de sus rasgos identitarios o culturales propios o diferenciados, se pretende la cohesión social por la asimilación (de los más, a la minoría élite) y no se duda en colisionar abiertamente con otros derechos fundamentales individuales, de los ya reconocidos universalmente. En eso, los partidos catalanes dominantes son expertos, y la política lingüística de la Generalitat su mejor exponente.

Carmen de Rivera, diputada de C's en el Parlamento de Cataluña